A veces miramos el presente y el pasado, como quien va a cruzar y mira a un lado y a otro, y pensamos si vale la pena seguir adelante. Nos planteamos si es posible volver a sentir eso que una vez sentimos, y casi siempre la respuesta es no; pero continuamente nos contradecimos. Empezamos siempre pensando que nunca va a haber nadie que llene el vacío que la otra persona dejó, que lo pasamos mal, y que es imposible olvidar las cosas malas y recordar solamente las buenas... Pero con el tiempo nos damos cuenta de que no, que siempre va a haber algo mejor que lo que hubo, y que con el paso del tiempo y la cura de las heridas acabarás recordando simplemente los buenos momentos, aunque los que más duelan sean los malos.
Entonces llega alguien que hace que todo lo que pensábamos cambie, da un giro de 360 grados a nuestra mentalidad y a nuestro estado de ánimo, es más, hace que dejemos de pensar, nos evita todos y cada uno de esos malos momentos, nos hace sonreir por los más mínimos detalles y es entonces cuando nos damos cuenta de que ese es el día más feliz de nuestra vida, el día en que encontramos a esa persona que era un pedacito de ti y estaba perdida no se sabe dónde.
Empezamos a concebir la felicidad ya no como la satisfacción propia, sino que nuestra felicidad se basa en las sonrisas de la otra persona. Llorar cuando ella llora, reir cuando ella te hace reir a carcajadas y olvidar todas las cosas que te han pasado en el dia, en la semana, en el mes, y te das cuenta de que es eso, que eso es la felicidad, eso que te faltaba hasta el momento en que esa persona apareció en tu vida de repente.
Yo solamente pido que lo que llega por casualidad no se vuelva a ir casualmente. La verdad que no sé a quién pedirselo, pero si existe el destino, por favor, le ruego que nunca me separe de esa persona que es mi felicidad constante, porque no sé qué sería de la búsqueda de la felicidad sin ella.